Alcarràs y As Bestas: la crítica constructiva que pudo haber sido y no fue

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Dos de las películas más nominadas en la última edición de los Premios Goya compartían un mismo conflicto: familias afectadas por una instalación de energías renovables. Más allá de analizar la innegable calidad cinematográfica de Alcarràs y As Bestas, que comparten un elenco de actores fantástico y una dirección ejemplar, me gustaría analizar la imagen que proyectan de las instalaciones renovables: considero que no se ajustan a la realidad y perjudican injustamente a nuestro sector.

Entiendo que toda película debe tener su tensión narrativa, y que se tiendan a extremar los conflictos para que el argumento sea lo más efectivo posible. Y hablamos, en ambos casos, de películas de ficción, no de un documental. Pero también se trata de películas con un indiscutible calado social, que pretenden generar un debate de los distintos temas que tratan. Por ello me gustaría matizar su visión de las renovables, por cómo aportan un argumento que, lejos a ayudar al debate, lo confunde, y perjudica a los que vemos necesaria y urgente la transición energética de nuestro país.

Alcarràs: impensable por ilegal

Fui a ver Alcarràs con un doble sentimiento: por un lado, me gusta el cine y tenía el evidente interés cinéfilo de ver una película catalana (y hablada en catalán) premiada internacionalmente; y, por otra parte, fui con la inquietud de ver cómo trataría el tema de las placas fotovoltaicas. Cuando, en febrero del pasado año, el Oso de Oro de la Berinale recayó en una película que trataba del abandono de tierras de cultivo para hacer una planta fotovoltaica, las alarmas en el sector solar se dispararon. De facto pasábamos a ser los «malos» de la película. La preocupación en nuestro sector era evidente, pero debíamos esperar a verla.

La película, ciertamente, recoge la sustitución del uso agrícola de un terreno (cultivo de melocotones) por la instalación de paneles fotovoltaicos, pero éste no es el tema central. Alcarràs trata principalmente de la caída del mundo rural, de las tradiciones, y de la familia. Y lo hace desde la mirada de unos niños y adolescentes que observan cómo la decadencia del mundo rural está alterando la vida de los adultos que les rodean (los abuelos, padres y tíos).

Las placas fotovoltaicas no aparecen como la causa de este abandono, sino como una consecuencia. El conflicto central gira en torno a los bajos precios que se pagan por la fruta, y aparecen los personajes manifestándose contra esto. La consecuencia de estos bajos precios es que los condena a un futuro incierto y decadente. Si no existieran las placas fotovoltaicas, la consecuencia sería el abandono de las tierras, de lo que también se habla en la película. Sobre el abandono del terreno agrícola podemos dar datos concretos: según IDESCAT, en los últimos 20 años la superficie agrícola en Cataluña se ha reducido en 98.501 hectáreas (lo que supone una pérdida de más del 10%), y no ha sido para poner placas solares, sino que las tierras se han convertido en bosques y matorrales, principalmente.

Respecto a la construcción de la planta fotovoltaica en sí, digamos que está bastante alejada de la realidad (por el tipo de vehículos, que son camiones de mudanzas y no de transporte; las herramientas y maquinaria; por el ruido exagerado; y por cómo muestra placas no instaladas, sino simplemente apoyadas en el suelo), un detalle que seguro ha pasado desapercibido para la mayoría del público, pero tampoco tiene mayor importancia.

Lo que nos preocupa especialmente, porque no ayuda en nada al debate de la transición energética y la soberanía alimentaria, es que en Cataluña hoy no se pueden arrancar melocotoneros para poner placas solares, lo que la convierte en una película de ciencia-ficción (no pretendida, claro). La normativa catalana (Decreto Ley 24/2021, artículo 2.7) no permite hacer plantas fotovoltaicas como las que se plantean en la película, porque protege los terrenos con usos agrícolas (y muy especialmente los de regadío, como es el caso de los melocotoneros). La última imagen (alerta: ¡spoiler!) de la familia en pie mirando cómo una excavadora arranca los melocotoneros es lamentable, por simple e irreal.

El debate sobre la transición energética y la soberanía alimentaria no podemos encararlo con argumentos simples y alejados de la realidad. No puede plantearse como una elección entre un modelo u otro, porque no compiten, se complementan. Primero porque no hace falta “forrar de placas y molinos” (como algunos piensan) la superficie de Cataluña o de España. Según datos de la Generalitat en el Proencat, para alcanzar la transición energética con el 100% de energías renovables en Cataluña habría que ocupar, como mucho, el 2,5% del territorio, 80.270 hectáreas (valor inferior al que antes me refería como superficie agrícola abandonada en los últimos veinte años). Y tampoco podemos decir que sólo poniendo placas en los tejados haremos a la transición energética, porque no sería suficiente, ni iríamos lo suficientemente rápidos. Se necesitan también plantas solares sobre terreno, y parques eólicos (también en el mar). Según Proencat, sólo llegaremos a alcanzar el 16,2% de la energía sobre cubiertas. Todos los países del mundo están realizando la transición energética combinando eólica y fotovoltaica, priorizando cubiertas, pero también, y principalmente, haciendo plantas sobre terreno.

 

Cartel promocional de Alcarràs.
Imagen: oficina media espana.eu

As Bestas: no son gigantes, son molinos

«Los eólicos ya tienen su Alcarràs«, me decía un compañero del sector fotovoltaico. En poco tiempo nos encontramos con otra película en la que el conflicto gira en torno a una instalación de energía renovable. Volvemos a ser los «malos» de la película, pensé. Y corrí a verla, claro.

As bestas se basa (libremente) en un caso real ocurrido en 2010 en un pequeño pueblo semiabandonado de Galicia. Muestra el conflicto entre unos vecinos por la decisión de aceptar o no el importe que un promotor les propone para realizar un parque eólico. Es una gran película, dura, hecha con una gran sensibilidad, con unos personajes tan auténticos y grabada de una forma tan realista (con planos de cámara a pocos centímetros de las caras) que te encuentras en las casas de los protagonistas. Además del conflicto del parque eólico, trata del amor, de la relación entre padres e hijos, y entre vecinos, de que no necesariamente debes haber nacido en un lugar para sentirte plenamente, y de la importancia de la educación en el abandono o la precariedad rural. Entonces, ¿qué es lo que no me ha gustado, desde mi punto de vista del sector de las renovables?

Antoine y Olga son un matrimonio francés, con un nivel cultural alto, que han decidido pasar el resto de sus días en ese lugar, cultivando su huerto ecológico y vendiendo los productos en mercados de la zona. Se nos quiere mostrar que es posible vivir dignamente en un entorno rural, que no es necesario abandonarlo. La película no nos muestra el detalle del proyecto de parque eólico, no sabemos en qué exactamente les afectaría al matrimonio francés, y éste es el problema, lo que no muestra la película: que un parque eólico sería plenamente compatible con el estilo de vida de los protagonistas. Las actividades que se muestran (agricultura y ganadería) se pueden seguir realizando perfectamente con un parque eólico cercano. Los rebaños pueden seguir apacentando, y Antoine podría seguir cultivando su huerto. Nunca se ponen los aerogeneradores tan cerca de las casas. Los pies de sus torres ocupan muy poco espacio, y entre ellos se puede seguir realizando la misma actividad, no es un recinto cerrado.

Y, como en Alcarràs, nos encontramos con escenas muy poco realistas de una instalación renovable: la de Antoine al pie de un aerogenerador, como si fuera un Quijote enloquecido frente a los molinos. Un aerogenerador no hace el ruido ensordecedor que nos muestra, ni mucho menos. A doscientos metros su ruido es de unos 46 decibelios, comparables al ruido de una oficina o biblioteca. A cuatrocientos metros es comparable al sonido de una nevera. Por eso se considera que, a la distancia mínima a respetar, de quinientos metros, no existe ninguna afectación acústica. El impacto de los aerogeneradores es puramente visual, estético, nada más.

Y ésta es la contradicción del personaje principal. Antoine peca del ecologismo local y corto de miras, del efecto NIMBY (el acrónimo en inglés de ‘no en mi patio’). ¿De dónde cree que le viene la electricidad? Es imposible que tenga suficiente con los tres paneles fotovoltaicos (contados) que se ve que tiene en casa. Habría muchos más, y un sistema sobredimensionado con baterías si quisiera vivir aislado de la red eléctrica, y eso no sería lo óptimo. Lo más eficiente es compartir energía con la red, sustituyendo las energías fósiles por energías limpias. ¿Que no le preocupa el mundo que deja a su hija y su nieto que viven en Francia? ¿No debería vivir más plenamente si, además de la vida que lleva con su huerto ecológico, pudiera también contribuir a generar energía renovable con el parque eólico de su zona?

Luchar contra el cambio climático implica realizar la transición energética, dejar de importar y quemar combustibles fósiles, cerrar las nucleares y generar localmente con energías renovables. Y esto lógicamente tiene un cierto impacto, no basta con poner paneles fotovoltaicos en las cubiertas. Son necesarias también instalaciones sobre terreno, velando para que este despliegue de renovables se haga de la manera más ordenada y consensuada posible. Sin embargo, hay que empezar para admitir que el paisaje que vemos desde nuestra casa no puede mantenerse inalterado. Nuestro huerto también sufre la crisis climática, y esto Antoine debería saberlo.

La guerra de Ucrania nos obliga a ser más soberanos en alimentos y energía. Y podemos hacer (tenemos que hacer) ambas cosas a la vez. España tiene una situación geográfica y de recursos renovables privilegiada, comparada con otras regiones de Europa. No la desperdiciemos haciendo uso sólo para el turismo de sol y playa.

 

Cartel promocional de As Bestas.
Imagen: oficina media espana.eu

 

Manel Romero es ingeniero industrial, socio de SUD Renovables y codelegado de UNEF en Cataluña.

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