En el panorama energético español, Asturias acaba de tomar una decisión que ha dejado perplejos a expertos y profesionales del sector. En un giro inesperado, la región ha optado por poner freno al desarrollo del almacenamiento energético, una tecnología crucial para el futuro de las renovables.
La situación roza lo surrealista: todos los partidos políticos asturianos, en una rara muestra de unanimidad, han respaldado una moratoria sobre nuevas instalaciones de almacenamiento. ¿El motivo? Una mezcla de temores infundados fruto de bulos interesados y de desinformación.
Lo más llamativo es la propuesta de establecer distancias de seguridad dignas de una instalación nuclear: 1.000 metros a núcleos urbanos y 500 a casas individuales. Estas distancias son únicas en el planeta, y para ponerlo en perspectiva, son entre 40 y 200 veces mayores que las recomendadas en países como Reino Unido, Suecia o Estados Unidos.
Esta decisión no solo ignora la realidad técnica de las instalaciones de almacenamiento, sino que también pasa por alto el contexto global y nacional. En los últimos meses, la energía solar fotovoltaica ha liderado el mix eléctrico español, demostrando su potencial para proporcionar energía limpia y económica. El almacenamiento es el complemento perfecto para esta energía, ya que es lo único que permite extender sus beneficios más allá de las horas de sol.
Con más de 32 GW de capacidad fotovoltaica instalada en España, el almacenamiento no es un lujo, es una necesidad. En Asturias, con 1.220 MW de conexión concedidos para almacenamiento, la oportunidad estaba servida. Sin embargo, en lugar de abrazar el futuro, la región parece haber optado por aferrarse a mitos y temores infundados.
La realidad es que las instalaciones de almacenamiento son seguras, discretas y cruciales para nuestro futuro energético. Es imposible que produzcan daños por contaminación electromagnética porque funcionan en corriente continua. No pueden incendiarse porque disponen de varias medidas de seguridad extremas para la prevención de incendios. Miden menos de 3 metros de alto y pueden ocultarse fácilmente con barreras vegetales. Y ocuparían apenas tres hectáreas en una región de más de un millón. Es como si nos preocupáramos por un grano de arena en una playa.
Lo que está en juego no es solo el futuro energético de Asturias, sino una oportunidad única para España. Gracias a nuestra posición solar privilegiada, podríamos producir electricidad a costes significativamente más bajos que nuestros vecinos europeos. Es una ventaja competitiva que podría impulsar una nueva era de industrialización verde.
Esta decisión asturiana plantea preguntas incómodas: ¿Cómo es posible que en plena crisis climática y energética, una región decida dar la espalda a una tecnología tan prometedora? ¿Qué mensaje se está enviando a inversores y desarrolladores? ¿Qué mensaje se está enviando a la ciudadanía? ¿Estamos dispuestos a sacrificar el progreso y la sostenibilidad por miedos infundados?
Es hora de que los responsables políticos recapaciten y basen sus decisiones en evidencias científicas y técnicas, no en rumores o miedos irracionales. El almacenamiento energético no es una amenaza, es una oportunidad. Una oportunidad para crear empleos, para impulsar la economía regional, para liderar la transición energética y para tener precios récord en la factura eléctrica.
La pelota está en el tejado de Asturias. La región tiene ahora la responsabilidad de reconsiderar su posición. El reloj corre, y las generaciones futuras nos juzgarán por las decisiones que tomemos hoy. Podemos seguir por el camino del miedo o atrevernos a liderar la revolución energética que España necesita.
El sector renovable mira con preocupación, pero también con esperanza, porque aún estamos a tiempo de corregir el rumbo. Asturias puede y debe ser protagonista, no antagonista, en la historia de la transición energética española. El futuro sostenible para España depende de decisiones valientes y fundamentadas, y de que todos estemos a la altura del desafío.
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