En los últimos años, varios países europeos han desarrollado regulaciones específicas para fomentar la agrovoltaica. Aunque en España vamos tarde en este aspecto, este retraso puede convertirse en una ventaja. Las lecciones aprendidas de las regulaciones francesa, alemana e italiana ofrecen herramientas valiosas para evitar inseguridades jurídicas y garantizar que las empresas dedicadas a la agrovoltaica no queden sin financiación debido a cambios en los criterios de subvencionabilidad.
En España, la ausencia de un marco normativo específico no ha impedido que la agrovoltaica se consolide como una herramienta clave para optimizar el uso del suelo. Su desarrollo ha avanzado mediante proyectos piloto que abarcan cultivos leñosos, hortícolas y diversas formas de ganadería. Una de las ventajas competitivas de España es su extensa superficie, lo que permite que los beneficios de la agrovoltaica no estén ligados a la competencia por el uso del suelo, sino a aspectos como al aumento de la resiliencia del sector agrícola a través del ahorro y la diversificación de ingresos, la reducción en el consumo de agua, la graduación de la irradiación solar sobre cultivos, la protección de cultivos contra climas extremos, el aumento de la productividad total del terreno y la mejora de las condiciones del suelo.
Es necesario destacar que, aunque la agrovoltaica puede mejorar significativamente la sinergia con las actividades primarias, su principal ventaja en España no radica en la ocupación del suelo. Incluso en el peor escenario del cumplimiento del PNIEC, donde toda la capacidad fotovoltaica se instalase en terrenos agrícolas, esta representaría menos del 0,5% de la Superficie Agraria Útil (SAU) de España. Esto demuestra que, aun en el escenario más desfavorable, la fotovoltaica no tendría un impacto significativo en la seguridad alimentaria.
El doble uso del suelo se ha desarrollado de forma natural en muchas plantas fotovoltaicas en España. Sin embargo, es fundamental establecer los límites de lo que debería considerarse agrovoltaica y lo que no. Aunque el debate no se centra en incluir o excluir determinadas actividades, el criterio decisivo debe ser la sinergia existente entre las actividades realizadas, garantizando una interacción positiva y complementaria entre la generación de energía y el uso agrícola o ganadero del terreno.
En este sentido, existe un gran debate sobre la inclusión del modelo ganadero, como el pastoreo FV como actividad de la agrovoltaica. Es importante resaltar que no necesariamente todas las actividades de pastoreo deben ser consideradas como tal, sino aquellas instalaciones que tengan una gestión adecuada del suelo, incluyendo un cultivo de alimento para ganado como forrajes o pastos o la inclusión de técnicas de mejora del suelo a través del pastoreo regenerativo dentro de la propia planta, que logren mejoras en las propiedades del suelo. El pastoreo fotovoltaico no solo puede mejorar las propiedades del suelo, sino que también contribuye al desbroce sostenible, previniendo incendios y ofreciendo una herramienta eficaz para mantener un equilibrio en las tareas de limpieza necesarias durante las épocas de cría de aves.
Por otro lado, en el caso del ganado apícola, las abejas no se benefician directamente de la sombra que proporcionan los paneles fotovoltaicos, ya que las colmenas se sitúan fuera de las filas de paneles para evitar conflictos con animales o personas. No obstante, la sinergia se genera en aquellos lugares donde se han implementado medidas de renaturalización con especies polinizadoras autóctonas, como retamas, romero o lavanda. Además, la ausencia de insecticidas en las plantas fotovoltaicas facilita la actividad apícola sin riesgos de mortalidad, favoreciendo así la producción de miel de alta calidad.
En el ámbito de los modelos agrícolas, España cuenta con numerosos casos y proyectos piloto distribuidos por todo el país, abarcando tanto cultivos leñosos (como vides y olivos) como hortícolas (como tomates, pimientos, etc.). Los paneles solares desempeñan un papel clave al crear un microclima óptimo que reduce la evapotranspiración y protege los cultivos frente a eventos climáticos adversos, como granizo o vientos fuertes. Además, permiten un sombreo estratégico que protege las plantas sin comprometer la fotosíntesis, mejorando tanto la calidad como la productividad de los cultivos. Un ejemplo destacado es Wine Solar, un proyecto desarrollado por Iberdrola y la bodega González Byass en Guadamur, Toledo. Este integra paneles solares intercalados en las filas de viña, logrando reducir la huella de carbono y la autosuficiencia energética mientras se mantiene la producción vitivinícola. Aunque los resultados definitivos aún están pendientes debido a la influencia de las inclemencias climáticas en los cultivos de exterior, los datos preliminares muestran mejoras significativas en el calibre de las uvas gracias al sombreo proporcionado por los paneles. Este sombreo también puede influir en la producción de azúcar de las uvas, beneficiando la calidad vinícola al permitir ajustes precisos en la graduación alcohólica, lo que a su vez ayuda a cumplir con las especificaciones de la denominación de origen.
Hasta ahora, los modelos de negocio agrovoltaicos en España han estado mayoritariamente liderados por desarrolladores fotovoltaicos que promueven el doble uso del suelo. En este modelo, el productor de energía asume la inversión y la operación de la planta fotovoltaica, mientras que el agricultor obtiene ingresos por el alquiler del terreno o por la utilización del suelo. Este enfoque es el más extendido en España y ha demostrado ser efectivo en proyectos piloto. Sin embargo, es fundamental que este modelo sea ampliado, y para ello es necesario que sea más conocido y extendido dentro del sector agrícola, ya que ofrece oportunidades significativas para los propietarios de terrenos que desean maximizar el valor de sus recursos.
Si queremos impulsar este modelo y expandir las prácticas agrovoltaicas más allá de las experiencias piloto, es esencial colaborar estrechamente con el sector agrícola para fomentar el doble uso del suelo, asegurando su compatibilización con las ayudas de la PAC. En muchas Comunidades Autónomas, el requisito de cambiar el uso del suelo de agrícola a industrial para instalar paneles fotovoltaicos genera importantes limitaciones, ya que el terreno pasa a ser considerado improductivo, perdiendo así el acceso a ayudas agrícolas.
Sin embargo, los problemas derivados del cambio de uso del suelo no se limitan a este aspecto. Esta transformación también puede restringir el acceso a puntos de agua en las plantas fotovoltaicas, dificultando las tareas de riego necesarias para los cultivos agrovoltaicos. Además, supone un obstáculo para que los recintos cuenten con bebederos adecuados para el ganado que utiliza el terreno, lo que complica aún más la integración efectiva entre la generación de energía y las actividades primarias. Superar estas barreras será clave para garantizar el éxito y la sostenibilidad de la agrovoltaica.
Actualmente, algunas Comunidades Autónomas prohíben la instalación de plantas fotovoltaicas en terrenos de regadío como una medida para garantizar la producción agrícola. Sin embargo, la agrovoltaica se presenta como una solución innovadora que permite compatibilizar ambas actividades en un mismo territorio, combinando la generación de energía renovable con el mantenimiento y mejora de la productividad agrícola. Este modelo no solo preserva la seguridad alimentaria, sino que también impulsa un desarrollo rural más sostenible, resiliente y adaptado a los retos del futuro.
La agrovoltaica no es solo una herramienta tecnológica, sino un paradigma que redefine el uso del suelo y fomenta la sostenibilidad rural. Sin embargo, su éxito depende de superar retos como la ausencia de un marco regulatorio claro, la necesidad de estudios agronómicos detallados y el fortalecimiento de la confianza entre el sector energético y el agrícola. España tiene la oportunidad de sumarse a esta transformación del mundo energético y agrícola, pero para ello es fundamental una hoja de ruta clara, promover estudios que certifiquen sus beneficios y fortalecer la colaboración entre los sectores agrícola y energético. Este modelo representa un camino hacia un futuro más sostenible y resiliente, en el que la energía renovable y la agricultura se conviertan en aliados estratégicos.
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